Desde que el ser humano surgió como homo sapiens y se asentó en comunidades, se ha visto
confrontado con otros, en la medida que al ser por naturaleza egoísta, lo hace más susceptible a las
disputas, es como si la frase de Tomas Hobbes “ el hombre es el lobo del
hombre” pendiera sobre su cabeza como
una implacable espada.
La historia repasa siglos de cruentos enfrentamientos donde
vence el más fuerte o el más habilidoso.
Encontrar en esas páginas de la historia procesos de paz, de
suspensión de las confrontaciones, nos hace mirar al pasado y entender que hasta
los más acérrimos enemigos pueden negociar.y esa página de la historia puede verse en las paredes de la
sede de las Naciones Unidas en Nueva York donde hay una copia de tratado de
Qadesh.
Vámonos entonces al año 1269 A.C en Egipto donde desde hacía
siglos, unas feroces batallas se trenzaban entre los faraones y los Hititas, desolación,
muertos y atraso en el imperio, determinaron que tras la batalla de Qadesh,
Ramses II y el Rey Hitita Hattusili III se sentaran y decidieran firmar un
tratado que plasmaron en lenguaje acadio en dos tablillas de plata y
determinaran que ya no habría más guerra, que los otrora pueblos enemigos
podían zanjar sus diferencias en paz.
Siglos después de que estos imperios se diluyeran en la
arenas de los tiempos, el hombre guerrero no ha cesado en su empeño de
avasallamiento y por ello han surgido organismos internacionales, han aparecido
alianzas que quieren instaurar una paz mundial sin hegemonías.
Pero ¿dónde está entonces la paz interna que debe ser una
llama que impulse al ser humano a no odiar y quizá hasta a perdonar?
Hay una historia que conviene traer a colación en este
momento de vicisitudes, ante un mundo tan convulsionado de sectarismos y
protagonismos.
pinterest.com |
En el año de 1972 Kim Puuc quien tenía nueve años vivía con
su familia en Vietnam, estaba en pleno auge la guerra cuando escucharon la
cercanía de un bombardero, atemorizados
se refugiaron en un templo, pero cuando sintieron los aviones cerca con el
temor de que el refugio no fuera seguro, salieron corriendo, en ese preciso
momento una bomba incendiaria cubrió el cuerpo de la niña quien desesperada se quitó
la ropa en llamas, su cuerpo lacerado por horribles quemaduras, su rostro aterrorizado
y su gritos quedaron congelados en las imágenes que captaron el fotógrafo Huynh
Con Nick y que revelaron la insensatez
de la guerra, siete meses después se firmó un tratado de paz en París que
determino que las tropas estadounidenses se retiraran de Vietnam.
Fueron muchos los años, los dolores, los hospitales que paso la niña, esa fotografía que odiaba
comenzó a enfrentarla con una verdad, sus pesadillas recurrentes, volver a
revivir este infierno determinaron que encontrara el camino que a ella se
sirvió para perdonar se convirtió al cristianismo y en esta nueva fe comenzó a
pensar en restañar esa herida en su corazón, este periplo del odio, de sentimientos de ira
y venganza por su agresión la llevaron a la senda de buscar al hombre que
arrojo la bomba de nalpam es así, que conoció al aviador ya anciano y encontró
paz en su interior. Ahora años después en Toronto disfruta con su familia y es
embajadora de buena voluntad en la ONU
.
Betty Ferguson tras el asesinato de su hija Debie en 1975 sintió
tanto dolor que adquirió como refugio el licor confeso “ el odio me consumía” e
hizo todo lo que estaba a su alcance
para que el asesino de su hija Ray Paine quien fue su maestro fuera
sentenciado, desesperada por este
sentimiento más que excusable de rencor
por la indignarte muerte de su hija adolescente y sin encontrar la paz, comenzó
a asesorarse de guías para salir de esta situación y solo 11 años después
comenzó a ventilar la posibilidad de reconciliarse con el asesino y lo visito en la cárcel ambos se
fundieron en un abrazo ella perdonando y el arrepentido por tan atroz acto.
Betty dedico sus esfuerzos a trabajar en Pensilvania en un programa de atención
de victimas de delitos violentos.
No es fácil perdonar, porque el ser humano tiende a guardar los sucesos más traumatizantes, se requiere cierta grandeza para hacer lo de estas mujeres, sin
embargo, conviene que el tiempo vaya sanando las heridas y que si un recuerdo
nos atormenta, que un rostro siempre está presente y nos quita el sueño y es fuente
de pesadillas comencemos un proceso de curación, al fin y al cabo el duelo hay
que hacerlo, pero si no dejamos que el
tiempo como gran sanador no cure las heridas, siempre las tendremos abiertas y de este resentimiento surgirá la venganza que nos sitúa en el plano no de
victimas, sino de victimarios y con estos sentimientos anidados en nuestro
interior jamás alcanzaremos la serenidad y la paz interna que nos merecemos.